lunes, 19 de diciembre de 2011

Sabías que...

En lo que va de año, 54 mujeres perdieron la vida en manos de sus parejas. Me temo que, antes que termine 2011, la cifra habrá aumentado. Es un dato escalofriante que, después de muchos años denunciando las mujeres las desigualdades por razones de género y luchando por defender nuestros derechos, no seamos capaces de proteger sus vidas. Es muy dura esta conclusión pero no por ello menos real.
La lucha de las mujeres desde tiempo muy remoto ha pasado por etapas muy diferentes, pero en la actualidad es igualmente necesaria, a pesar de los logros conseguidos. Nuestras madres y abuelas vivían casi en el anonimato como personas. Sus vidas transcurrían al cuidado de toda la familia, asumiendo grandes tareas en el hogar. Con su esfuerzo, colaboraban en el sustento y la economía de la familia, realizando un trabajo invisible pero realmente imprescindible. Su poder de decisión era nulo. No tenían ni derecho a voto, ni oportunidad de recibir una formación: esto era cosa de hombres.
Tras largos años de lucha, mi generación creció con algunos derechos conquistados y nos sumamos a esa conquista con la ilusión de seguir avanzando. Queríamos ser, por encima de todo, personas. Reconocíamos nuestra diferencia de género, pero elegimos vivir de forma igualitaria. Las jóvenes empezaron a llenar las universidades, las que no teníamos mucha formación salimos de nuestro entorno familiar con el deseo de conquistar trocitos de libertad. Apostamos por nuestro propio crecimiento personal, tener nuestra independencia económica, transmitir a nuestros hijos la importancia de compartir las tareas del hogar. En la relación de pareja, buscamos el respeto, la tolerancia, el esfuerzo común y, sobre todo, el derecho a la igualdad dentro de la diferencia.
Fueron etapas muy duras. El hombre aún estaba aposentado en una cultura en la que los roles que le tocaba asumir marcaban mucho la diferencia por razones de género.
Hoy vemos con preocupación que, a pesar de todo lo conseguido, queda mucho por hacer. Tenemos la obligación moral de proteger la vida de tantas mujeres que la pierden en manos de sus parejas (sin entrar en el enorme atropello que muchas mujeres sufren en otros países por razones de guerras o culturales). Esto sólo lo podemos hacer a través de un cambio cultural, donde demos cabida a un nuevo modelo de familia y sobre todo a una nueva masculinidad, en la que el amor, la ternura, el llanto y tantos sentimientos asumidos sólo por las mujeres podamos reconocerlos en el género opuesto, como parte vital del ser humano.
Nuestros hijos van asumiendo este cambio de mentalidad poco a poco, pero también observamos con preocupación que nuestros nietos aún mantienen roles, como por ejemplo a la hora de pedir de regalo (un juguete). Mientras no seamos capaces de cambiar esto, no con palabras o en un momento puntual, sino con hechos reales en la vida cotidiana; las mujeres seguiremos sufriendo las consecuencias como víctimas y también por ser las madres de los verdugos que ejercen la violencia perfectamente, en el papel que tienen asumido.

Por ello, animo a todas las mujeres a unir esfuerzos para conseguir un mundo donde la hipocresía dé paso a la coherencia y la solidaridad entre nosotras mismas. Necesitamos la implicación de todas para conseguir que sea una realidad, en todo el mundo, la conquista de libertades y así poder erradicar la injusticia social, con la esperanza de conseguir para las nuevas generaciones un mundo más justo y feliz.


Margarita

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