viernes, 23 de diciembre de 2011

La meva vida

Vaig néixer a Viladecans, a casa dels meus avis. La meva mare em cuidava. Però també havia de fer totes les feines de la casa. Vivíem amb els meus avis i tiets, que eren solters.
El meu avi i els meus tiets anaven al camp tot el dia juntament amb el meu pare, que era el més gran dels germans. La meva àvia anava a vendre. Per tant, a ma mare li tocava fer de criada per a tots ells: rentar, planxar, cuinar, fer la neteja, donar menjar al bestiar, triar las verdures, etc. No li quedava temps per a ella.
Quan jo tenia set anys, vam anar a viure a Barcelona. El meu pare feia de taxista i la mare treballava en una porteria.Vaig tenir el meu germà amb nou anys, i jo el cuidava mentre ma mare treballava.
Just quan va néixer ell, vaig prendre la primera comunió. Tinc un record molt maco d’aquella època. Recordo ser molt simpàtica, dolça i carinyosa.
Jugava amb una nina de drap. Recordo que em van regalar un cotxet i hi vaig posar una nina negreta que em van portar els reis mags. Amb la fireta hi passava hores.
D’adolescent vaig ser molt responsable, treballadora i ordenada, encara que poc puntual als llocs. Les meves aficions eren passejar a la platja, fer exercici, llegir i ballar. Recordo l’adolescència com una etapa de la meva vida molt bonica, encara que els meus pares em limitaven bastant.
Vaig trobar feina als catorze anys i la vaig tenir fins que em vaig casar. En aquell moment la vaig deixar, ja que fins aleshores vivia a Barcelona i vaig anar a L’Hospitalet.
Al mateix temps que treballava, estudiava i feia cursets. Malgrat que tenia xicot, no em deixaven anar a molts llocs, com ara: revetlles al vespre, a la platja, etc. Recordo que, quan anava a la discoteca, em feien venir abans de les nou del vespre. Sobretot el meu pare, li carregava la responsabilitat a la meva mare i jo, per tal de no disgustar-la, feia el que em deien i ho passava molt malament. La meva il·lusió era anar al ball.
He estat molt vergonyosa, tímida i sensible.
Em vaig casar amb vint-i-sis anys i vaig tenir el meu fill deu anys després, ja que vaig perdre’n tres, de sis mesos de gestació els dos primers i l’últim de tres.
Vaig treballar deu anys de comercial en temes de salut de la dona. Vaig anar a diversos seminaris com ara a: Salamanca, La Rioja, Santander, Extremadura, Córdoba, Sevilla, Granada, etc. També vaig viatjar bastant, perquè ens feien regals a la feina per motivar-nos. Així és com vaig anar a Londres, Roma, Budapest, Praga, Tunis, Lanzarote i també vaig fer un creuer pel Mediterrani.
Fa tres anys, el millor que m’ha pogut passar és que vaig trobar feina en els plans d’ocupació d’atenció al client. Va ser com un somni. A prop de casa, horari de tarda, un ambient de treball magnífic, companyerisme, bon tracte personal, etc. Em va pujar la meva autoestima.
Actualment m’han operat dels dos malucs per una artrosi molt severa i encara m’estic recuperant. Afegit a això, tinc fibromiàlgia, dolor crònic. És molt trist que sigui una malaltia no prou reconeguda per la medicina actual.
Estic passant per uns moments difícils, ja que estem aturats a casa degut a la crisi.

Calamot

jueves, 22 de diciembre de 2011

El curso que cambió mi vida

Yo escribo una experiencia única. Estando en paro, decidí apuntarme a un curso de hostelería en el Gremi d’Hosteleria de Castelldefels en el año 2008. Este curso se realizaba todas las tardes de lunes a viernes. Esto implicaba que, al vivir en Gavà, tenía que desplazarme cada día en autobús hasta Castelldefels. Pero, un buen día, en el rato de descanso que teníamos cada tarde, estaba hablando con una de mis compañeras de clase y ella me comentó que venía siempre en coche. Es más, me ofreció si quería ir con ella. Al vivir en Viladecans, ella pasaba cada día por Gavà y me podía dejar cerca de casa. Esto me facilitó enormemente el desplazamiento, y también conocí a una nueva amistad que todavía ahora mantengo.
Tengo que destacar que este curso me sirvió para mejorar mis aptitudes culinarias. Ahora puedo cocinar recetas tanto de comida típica mediterránea como orientales. Mi familia está encantada con las nuevas recetas, y espero ir mejorando por mi cuenta añadiendo mi toque personal en cada receta.
Éste es el recuerdo de un curso que me permitió encontrar mi trabajo actual.

Pryindia

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Fibromialgia y familia

Un paso muy importante es la aceptación de la fibromialgia. Es clave que los familiares y la gente de tu entorno estén informados como tú de todo lo que te ocurre y te puede ocurrir, y de cómo ayudarte para sentirte mejor. Es importante que tú entiendas que, para ellos, tampoco es una tarea fácil convivir con una fribromiálgica: porque ellos también pueden sentirse impotentes ante esta enfermedad, sobre todo cuando son conscientes del sufrimiento y no saben qué pueden hacer para aliviarlo. No saben cómo preguntar a la persona enferma y les entran dudas:
-         Si le pregunto cómo está, me dice bien. Pero en su cara noto que no está bien, que se siente mal.
-         Pero si no le pregunto, se enfada, porque creerá que no soy consciente de lo que le pasa y no me preocupo. No sé qué hacer.
La atención y el apoyo de los familiares y allegados son imprescindibles en toda enfermedad. Sin embargo, cuando se trata de una enfermedad crónica como es la fibromialgia, el apoyo de la familia no suele ser uniforme. Hay mucha incomprensión y cambios a lo largo de la enfermedad.
Es bastante frecuente que, al principio del proceso de esta enfermedad, cuando todavía no se conoce el diagnóstico, los familiares tengan sentimientos de incredulidad, ya que la persona enferma se queja de un dolor intenso, pero las pruebas médicas no reflejan ningún trastorno.
La fibromialgia suele afectar a personas muy activas y emprendedoras, luchadoras; y se sienten incomprendidas. Es como si su cuerpo se quedara atrapado y la mente sea lo único que funcione. El sentimiento es impotencia.
La llegada del diagnóstico suele darnos comprensión y apoyo. Sentimos que, gracias a Dios, al final nos han diagnosticado algo, no era cuento ni que no quisiéramos trabajar. Ahora hay más comprensión, y éste es el mejor momento para que, conjuntamente, familiares y paciente consulten con profesionales de la salud: médicos, psicólogos, fisioterapeutas, terapias alternativas, etc. Estas últimas, en mi caso, son las que más me funcionan.
Todo esto ayuda a conocer el nuevo entorno y a aprender a convivir con él. El problema es que, si no se realiza este aprendizaje, pueden aparecer problemas de convivencia. Ello puede desembocar en el agotamiento de ambas partes, con impotencia y tristeza en los dos lados; y el consiguiente abandono en los y las pacientes: “Ya no le importo a nadie. Nadie me comprende y yo me siento mal”.

Cómo afrontar la enfermedad

Por estos motivos y otros, lo más importante y recomendable es que la familia más cercana, siempre que pueda, acompañe al o la paciente al médico, psicólogo, terapeuta, terapias alternativas y las asociaciones de ayuda mutua. De está forma, conocerá las características de la dolencia y de los tratamientos, aprenderá a cómo actuar en todo momento y se sentirá involucrada en este problema. Así, la persona enferma se sentirá comprendida y apoyada, sabiendo que su familia está ahí cuando lo necesite. Asimismo, la familia aprenderá que es bueno que el o la paciente siga haciendo actividades, por lo que debe animarle a hacer las cosas que estén a su alcance. Pero también debe conocer sus limitaciones para ayudarle en aquéllas que no puede hacer.
Hablar con los seres queridos puede ser muy beneficioso siempre que sirva para buscar soluciones y no para quedarnos estancadas en quejas y reproches. 

Marga Sidney

martes, 20 de diciembre de 2011

El delta del Llobregat y sus contradicciones

Vista aérea del delta del Llobregat
Gavà, la ciudad donde vivo, forma parte parcialmente del delta del Llobregat, un delta que crea el río Llobregat en su desembocadura en el mar Mediterráneo, al sur de Barcelona. Comparte este territorio con: Castelldefels, Viladecans, Sant Boi, Cornellà, L’Hospitalet, Barcelona y El Prat, que está situada totalmente dentro del delta, concretamente en la desembocadura del río.
El delta tiene una superficie aproximada de 95 a 100 km. cuadrados y una longitud de costa de 23 km, desde El Prat hasta Les Botigues de Sitges, donde el Garraf cierra el delta.
Los sistemas deltaicos constituyen una estructura a la que van a parar los sedimentos del río, además de los aportes marinos. Son territorios muy ricos en flora y fauna. Hoy sabemos que estos ecosistemas son muy valiosos para el medio ambiente y que están estrechamente ligados al nacimiento de la vida en el planeta.
El ecosistema del delta del Llobregat es muy variado y bello. Pero está ubicado en uno de los territorios más poblados de la península, al estar tan cerca de una gran ciudad como Barcelona, ciudad pionera en la industrialización de la península, en los dos últimos siglos. La complejidad que conlleva esta actividad es enorme. Y todo dentro de un territorio demasiado pequeño para compatibilizar tantas actividades, muchas de ellas incompatibles entre sí: zonas naturales protegidas, industrialización, despensa (huertas y pastoreo), grandes infraestructuras y humanización masiva.
Fauna en las lagunas
La industria necesita una numerosa mano de obra. Por lo tanto, precisa de una población que viva cerca de la zona industrializada, infraestructuras para la comunicación y comercialización de los productos fabricados (vías de tren, puerto, aeropuerto y carreteras), viviendas, escuelas, hospitales, etc. para las personas que se asientan en el territorio y que, a su vez, son necesarias para la industrialización y los servicios que complementan esta actividad. Agricultura y ganadería para la alimentación de una población cada vez más numerosa son igualmente imprescindibles. Todo ello produce caos. A veces una se sorprende de que algunas especies de flora y fauna puedan vivir y reproducirse en este caos.
Estas contradicciones me han producido curiosidad. Curiosidad que me ha llevado a buscar información y documentación sobre el desarrollo y transformación de este espacio, sobre todo a partir de los siglos XIX y XX.

Pérdida de las tierras comunales
La primera transformación del delta del Llobregat empieza con la desecación de las lagunas y humedales. Su agricultura está ligada a la desecación de los humedales por parte de los payeses asentados en las poblaciones del delta. La mala situación sanitaria provocada por el agua estancada y las epidemias de malaria, sobre todo la de 1784-1785 que afectó al delta entero, fue creciendo con la desecación de las marinas de Gavà y Castelldefels, aunque muy lentamente.
Parque agrario
En Gavà los payeses eran jornaleros o pequeños arrendatarios de la Baronia d'Eramprunyà. Los permisos de la baronía para desecar la marinas fueron a parar a manos de prohombres de la nueva burguesía barcelonesa, muy a pesar de que estos espacios eran zonas comunales. Con la compra de la baronía por parte de banquero Manuel Girona se inició esta pérdida de derechos por parte de los vecinos de Gavà y Castelldefels. No quedó nada del uso comunal que tenían desde tiempos inmemoriales sobre las pinedas de la costa y algunos bosques del Eramprunyà, que fueron privatizados progresivamente. La ley Cambó sobre desecación de humedales de 1918 en su etapa de ministro de fomento y la propiedad de la baronía por parte de Manuel Girona han llevado a que los terrenos de las marinas de Gavà pasaran a ser propiedad de Francesc Cambó y Manuel Girona.

La llegada de la industrialización
La puesta en marcha de la línea de tren de Barcelona a Vilanova i la Geltrú, la instalación de centrales eléctricas, el descubrimiento de la bolsa de aguas freáticas, la construcción de pozos artesianos y la proximidad con Barcelona fueron las circunstancias que atrajeron la industria hasta Sants, El Prat y Gavà, sobre todo al principio. Roca Radiadores, la Papelera, la Seda… se instalaron en un espacio llano con agua fácil de conseguir y desechar, cerca de Barcelona y con el nuevo ferrocarril en El Prat y Gavà. Todas estas condiciones tan favorables a la industrialización han supuesto la muerte lenta de los espacios naturales y zonas agrícolas.
Dunas y mar
Una industrialización con pocas normas o ninguna para proteger el medio ambiente hicieron dura la vida para las personas y demás seres vivos del delta del Llobregat. Las personas que trabajaban tenían más medios materiales para vivir, pero a la vez emergía un medio ambiente muy deteriorado por los productos usados y desechados en la fabricación de manufacturas (textiles, papel, pinturas, automoción, etc.). Así aparecieron nuevas enfermedades que han acortado la vida de mucha gente de la clase trabajadora, sobre todo enfermedades pulmonares y alergias (silicosis, asma...).
A partir de la crisis económica de los setenta, la industria ha ido desapareciendo. Barcelona y su área de influencia se han convertido en zona de servicios, y el delta ha continuado llenándose de nuevas infraestructuras o por la ampliación de otras. En la mayoría de casos, se trata de instalaciones molestas para las personas que vivimos en él. Ampliación del puerto, desvío del río, tercera pista del aeropuerto, carreteras, autopistas, trenes de largo recorrido, tren de alta velocidad (AVE), aumento de zonas urbanizadas, parque agrícola, protección de las zonas húmedas... Tanta actividad no ha repercutido demasiado en la mejoría económica y cultural de la población. Igual que la desecación del delta no repercutió directamente en los vecinos y vecinas. Hoy la población de este territorio sigue teniendo (a pesar de las mejoras) una de las rentas per cápita más bajas de Catalunya y uno de los porcentajes más bajos de formación universitaria...
Hay vida
A pesar de tantos elementos contradictorios entre sí, el desarrollo de la vida sigue siendo posible en este ecosistema caótico. Se puede disfrutar de verduras y hortalizas recién cogidas, de paseos en bici por los caminos agrícolas de la plana, de la observación de múltiples variedades de aves, sobre todo en primavera y otoño. Y el mar, con un clima no muy duro en invierno y veranos calurosos, nos permite vivir y disfrutar mucho tiempo al aire libre. Las vistas del delta desde la montaña de L'Eramprunyà o la vista del Garraf desde la plana son de una gran belleza, sobre todo al atardecer.

Yoya

lunes, 19 de diciembre de 2011

Sabías que...

En lo que va de año, 54 mujeres perdieron la vida en manos de sus parejas. Me temo que, antes que termine 2011, la cifra habrá aumentado. Es un dato escalofriante que, después de muchos años denunciando las mujeres las desigualdades por razones de género y luchando por defender nuestros derechos, no seamos capaces de proteger sus vidas. Es muy dura esta conclusión pero no por ello menos real.
La lucha de las mujeres desde tiempo muy remoto ha pasado por etapas muy diferentes, pero en la actualidad es igualmente necesaria, a pesar de los logros conseguidos. Nuestras madres y abuelas vivían casi en el anonimato como personas. Sus vidas transcurrían al cuidado de toda la familia, asumiendo grandes tareas en el hogar. Con su esfuerzo, colaboraban en el sustento y la economía de la familia, realizando un trabajo invisible pero realmente imprescindible. Su poder de decisión era nulo. No tenían ni derecho a voto, ni oportunidad de recibir una formación: esto era cosa de hombres.
Tras largos años de lucha, mi generación creció con algunos derechos conquistados y nos sumamos a esa conquista con la ilusión de seguir avanzando. Queríamos ser, por encima de todo, personas. Reconocíamos nuestra diferencia de género, pero elegimos vivir de forma igualitaria. Las jóvenes empezaron a llenar las universidades, las que no teníamos mucha formación salimos de nuestro entorno familiar con el deseo de conquistar trocitos de libertad. Apostamos por nuestro propio crecimiento personal, tener nuestra independencia económica, transmitir a nuestros hijos la importancia de compartir las tareas del hogar. En la relación de pareja, buscamos el respeto, la tolerancia, el esfuerzo común y, sobre todo, el derecho a la igualdad dentro de la diferencia.
Fueron etapas muy duras. El hombre aún estaba aposentado en una cultura en la que los roles que le tocaba asumir marcaban mucho la diferencia por razones de género.
Hoy vemos con preocupación que, a pesar de todo lo conseguido, queda mucho por hacer. Tenemos la obligación moral de proteger la vida de tantas mujeres que la pierden en manos de sus parejas (sin entrar en el enorme atropello que muchas mujeres sufren en otros países por razones de guerras o culturales). Esto sólo lo podemos hacer a través de un cambio cultural, donde demos cabida a un nuevo modelo de familia y sobre todo a una nueva masculinidad, en la que el amor, la ternura, el llanto y tantos sentimientos asumidos sólo por las mujeres podamos reconocerlos en el género opuesto, como parte vital del ser humano.
Nuestros hijos van asumiendo este cambio de mentalidad poco a poco, pero también observamos con preocupación que nuestros nietos aún mantienen roles, como por ejemplo a la hora de pedir de regalo (un juguete). Mientras no seamos capaces de cambiar esto, no con palabras o en un momento puntual, sino con hechos reales en la vida cotidiana; las mujeres seguiremos sufriendo las consecuencias como víctimas y también por ser las madres de los verdugos que ejercen la violencia perfectamente, en el papel que tienen asumido.

Por ello, animo a todas las mujeres a unir esfuerzos para conseguir un mundo donde la hipocresía dé paso a la coherencia y la solidaridad entre nosotras mismas. Necesitamos la implicación de todas para conseguir que sea una realidad, en todo el mundo, la conquista de libertades y así poder erradicar la injusticia social, con la esperanza de conseguir para las nuevas generaciones un mundo más justo y feliz.


Margarita

sábado, 17 de diciembre de 2011

La señora María: “¡Ay, ay, ay!” Pues guarda para cuando no hay

No recuerdo qué número de ingreso fue, pero creo que debía de llevar unos cuantos, porque cuando llegué a la habitación sentí una sensación de alivio al ver que mi nueva compañera era la señora María, una señora muy mayor y muy malita. Esto no significa que me guste que las personas mayores estén muy enfermas, sino que, teniendo en cuenta el tiempo que supuestamente iba a pasar allí, las señoras mayores y muy malitas son la mejor opción como compañeras, porque no molestan y no les molestas.
Recuerdo a la señora María como una mujer delgada, con el pelo blanco. Debía de tener casi unos noventa años y problemas de salud relacionados con la edad, algo de la sangre. Parece ser que la sangre no le coagulaba bien y tenía una herida en la pierna que le dolía mucho. Casi ni hablaba, ni comía, ni se movía de la cama. Sus hijos venían cada día para darle de comer y hacerle compañía. Tenía una hija que vivía en Portugal (me regaló un rosario de la virgen de Fátima y siempre lo he llevado conmigo).
Sólo hay una cosa que decía la señora María: “Ay, ay, ay...” Lo decía siempre que tenía fuerzas para hablar, pero muy flojito. Las enfermeras, cada vez que lo decía, le contestaban:”Pues guarda para cuando no hay”. Un día, a la hora de comer, la señora María se incorporó de la cama. Su hija lo achacaba a una mejoría, y yo pensaba igual. Esa tarde estuvo hablando con su hija, recordando familiares, hechos  del pasado. Era una conversación incoherente, pero estaba más habladora. Parecía que estaba mejorando, incluso tuvo más apetito.
Esa noche me despertaron el jaleo de los enfermeros y los gemidos de la señora María. Parecía que había empeorado y me advertía un enfermero que la noche iba a ser larga. Nos separaba una cortina azul que reflejaba el movimiento de los enfermeros y médicos alrededor de la cama de la señora María. Cómo hacían mucho ruido, decidí escuchar música con los auriculares. Además, el ruido continuo del oxigeno era muy molesto.
Fue un momento extraño. La señora María sólo decía: “Ay, ay, ay, que me muero”. El enfermero le contestaba: “María, esta noche no se me muere” y yo escuchaba una canción de Antonio Orozco que decía “devuélveme la vida”... Era un momento contradictorio. La señora María estaba agonizando y yo escuchando música, intentado evadirme... Me sentí como si no tuviera sentimientos, porque de hecho  apenas la conocía, y, en cierto modo, su muerte no me afectaba. Era una persona desconocida para mí, pero no para su familia, amigos, vecinos... Al cabo de unas horas, la bajaron para hacerle una radiografía. Cuando volvió, ya estaba muerta. Luego llegaron sus hijos, tristes, aunque ya se lo esperaban. Después marcharon. La habitación estaba en silencio. Yo siempre había sido muy miedosa, pero no tenía miedo. Tenía  ganas de ir al lavabo. Tenía que pasar delante de su cama para ir. Me levanté y miré hacia delante, no quería mirarla. Al final, la miré de reojo. Su cara reflejaba el sufrimiento de la agonía. Al rato, llegaron los de la morgue. Cómo si se tratara de un saco de patatas, la metieron dentro de una funda. Se oyó el ruido de la cremallera al cerrar, y se la llevaron.
Era muy entrada la madrugada, el único momento que estaría sola en la habitación. Mis sentimientos eran contradictorios: pena por la muerte de la señora María y expectación por la llegada de una nueva compañera. No tardaría mucho en llegar... Una nueva historia que contar...     
           
Mariola

viernes, 16 de diciembre de 2011

Recuerdos de mi infancia

Ahora que ya tengo tantos años y buceo en los recuerdos de mi vida, veo que los más bonitos que tengo son de mi infancia.
Antes de los seis años son pocos y difusos. A partir de esa edad, que fue cuando nació el más pequeño de mis tres hermanos, me acuerdo de muchas cosas.
De mi pueblo, en Extremadura, donde nací recuerdo que los inviernos eran muy fríos. Mi padre era el primero que se levantaba y, antes de irse a trabajar al campo, hacía la candela de leña, en el suelo, encima de la piedra de molino que había. A su alrededor todo eran baldosas pintadas con pintura roja, y allí no se podía hacer porque se hubiera quemado la cerámica. Hacía las migas en una sartén muy grande. Cuando estaban listas, mi madre y todos los pequeños nos sentábamos en sillas bajas alrededor del fuego y allí comíamos.
Lo que más me gustaba era la temporada de las matanzas. Recuerdo como los hombres, después de matar el guarro (allí se le decía ese nombre), lo chamuscaban con retamas encendidas y lo partían en trozos: unos para hacer morcillas, otros para hacer chorizos, y los huesos y el tocino se ponían en unas cajas muy grandes de madera con mucha sal y se conservaban todo el año, para ir poniéndolos al cocido u otra comida. A mi casa, las vecinas venían para ayudar. Traían a sus hijos. Nosotros también íbamos cuando mataban las vecinas. Todos nos lo pasábamos muy bien.
Otra cosa que me gustaba mucho era cuando la uva empezaba a madurar a últimos de agosto. Iba con mis padres y hermanos a la viña, y ver tantos racimos en las parras era precioso. Para finales de septiembre, recuerdo que iba buscando los racimos que el sol había dorado, las uvas pasas. Eran deliciosas, una cosa exquisita.
Fui a la escuela, a las Nacionales del Cuartel. Así era como llamaban a nuestro colegio, porque había sido el cuartel de la Guardia Civil. Después de la guerra, construyeron otro y aquél lo arreglaron para dar clases. Tenía dos pisos: en el de arriba estábamos las niñas y en el de abajo, los niños. Cuando íbamos al patio, lo mismo: los niños separados de las niñas. La primera maestra que tuve era doña Juana, gordísima y con mucho genio. Después tuve a doña Concha, muy buena, nos enseñaba muy bien. Nos sentábamos en pupitres de madera, con dos asientos y un tintero lleno de tinta, donde se mojaba la pluma. Según lo que supieras, te sentabas más adelante o más atrás. Yo siempre me senté en segunda fila con mi amiga. Doña Concha me enseñó que, para hacer la Primera Comunión, era obligatorio ir a misa todos los domingos. Era lo primero que preguntaba los lunes. Si no habías ido, mandaba recado a nuestros padres.
Entonces no comprendía por qué. Cuando salíamos de clase y cantábamos Cara al sol por todo el pasillo hasta llegar a la calle, salía un maestro de su clase y nos decía: “Callaros, que hacéis mucho ruido”.
Allí estuve hasta los 14 años, que era obligatorio. Después mi madre me puso en un taller para aprender a coser. A mí eso no me gustaba. Me hubiera gustado más seguir estudiando.

Rita